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Viernes 19 de abril de 2024

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El Retorno de Quetzalcóatl, de José Chávez Morado

El Retorno de Quetzalcóatl, de José Chávez Morado

El Retorno de Quetzalcóatl, de José Chávez Morado

_ Cuando José Chávez Morado estre­nó en 1952 el mural titulado El retorno de Quetzalcóatl capturaba a la distancia –por igual– la mirada de estudiantes, maestros y visitantes de la entonces Facultad de Ciencias.

El proyecto de origen, explica Jorge Alberto Barajas Tinoco, del Posgrado en Historia del Arte de la UNAM, era impre­sionante porque estaba planeado para verse a la distancia en conjunto con el espejo de agua que se encuentra al pie de las figuras que viajan sobre una barca.

Su planeación fue “un reto porque, hasta ese momento, el muralismo se había trabajado en edificios construidos y a partir de ahí se escogía algún muro para hacer la obra mural. Este se trabajó en conjunto con los arquitectos, fue una gran oportunidad para todos los pintores que participaron en la gran obra que es Ciudad Universitaria”.

Para Chávez Morado, añade Barajas Tinoco, “estos murales fueron muy im­portantes, porque fueron su primer gran comisión. Anteriormente él ya había hecho algunos en Jalapa e Hidalgo, pero no de esta magnitud.

Además, se encuen­tran a la intemperie, entonces tiene que buscar soluciones para que perduren a las inclemencias del tiempo, o sea, que el mural soporte estar al aire libre”.

El material al que recurrieron los artistas para dar respuesta al pro­blema fue el mosaico veneciano, este se eligió por “la perdurabilidad que tiene, en verdad dura muchísimo a la intemperie. Es el que se usa para las albercas, varias decoraciones de fuentes y similares. Por eso les llama la atención y también su variedad cromática”, señala el especialista y agrega:

“Chávez Morado anteriormente hizo un viaje a Italia, ahí aprende estas técnicas. Él piensa que el mosaico se va a importar. Era un poco barato, pero aquí en México ya existía un taller en Cuernavaca, el taller de los Perdomo, entonces fue más fácil. Incluso Siqueiros ya utilizaba unas teselas más grandes, no de la manera tradicional, y Diego Rivera también lo usó en el Teatro de los Insurgentes”.

“Los dueños del taller eran muy celosos con las recetas, con los pigmentos y todo eso. Realmente los artistas sólo podían ir a ver un catálogo, llevar sus bocetos y a partir de ahí elegir los colores. Chávez Morado no estaba ahí poniendo los mo­saicos, vinieron a colocarlos la propia gente del taller.”

“El mosaico veneciano fue una solu­ción a la que llegan de manera un poco rápida, de hecho después se lamentan porque los colores tan brillantes no les encantan mucho. Fueron afinando detalles para después hacer mejores cosas. Ciudad Universitaria fue una especie de laborato­rio de experimentación para los muralistas y para los arquitectos involucrados”.

Transformaciones en CU

El retorno de Quetzalcóatl, junto a los murales La conquista de la energía y La ciencia y el trabajo fueron concebidos originalmente para adornar las paredes de la entonces Facultad de Ciencias; sin embargo, en 1977 las instalaciones se transformaron para alojar al posgrado de Arquitectura y se construyó un nuevo edificio que cambió radicalmente la vista a distancia de la composición de Chávez Morado.

De acuerdo con Cristina López Uribe, investigadora del Instituto de Investiga­ciones Estéticas, el artista afirmó tras este cambio arquitectónico que “El retorno de Quetzalcóatl originalmente tenía una mejor ubicación, con un amplio espacio para ser visto y un espejo de agua que daba mayor idea del mar; pero este ambiente ha sido destruido y el mural hoy se encuentra prisionero entre las construcciones que posteriormente se levantaron”.

No obstante, para Jorge Alberto Barajas Tinoco esos cambios son inevitables para satisfacer las demandas del alumnado de la Universidad Nacional:

“Son modificaciones que se tienen que hacer al final de cuentas para cubrir las necesidades de los estudiantes. Creo que no hubiera podido permanecer el conjunto original hasta ahorita, pero sí se hubiera podido buscar una mejor solución. No es lo mismo verlo a poca distancia, poder alejarte y de verdad apreciar lo que hubiera sido; sí afecta la experiencia. Porque, incluso, la construcción donde se encuentra la biblioteca es bastante peculiar. No es una escuadra, sino un trapecio, entonces todo estaba pensado para eso”.

Sus temas

Realizado sobre un muro de 12 por 4.5 metros, El retorno de Quetzalcóatl tiene como protagonista justamente a Quetzalcóatl representado como una serpiente que forma una barca. Sobre él viajan siete hombres que representan a las civilizaciones más antiguas del mundo. A la izquierda del mural se encuentra una pirámide atravesada por una espada y lanzas, imagen que busca simbolizar la Conquista de América.

Los representantes de las culturas originarias son, de izquierda a derecha, un egipcio, un fraile franciscano –símbolo del cristianismo– y a su espalda una figura alada. Le sigue el personaje central: un hombre desnudo que destaca por su vibrante color y su máscara de Ehécatl, dios del viento para diversas culturas mesoamericanas y también referencia a Quetzalcóatl. Al hombre del centro le sigue un representante de Mesopotamia, a continuación uno griego y, posteriormente, un bodhisattva –figura de las culturas de oriente– y un musulmán, imagen del islam.

La mezcla de símbolos y el alto contraste de sus colores pretendían representar el regreso de la cultura prehispánica por medio de Quetzalcóatl, potenciada por la suma de conocimientos milenarios de las otras culturas.

El tema del mural, argumenta Jorge Alberto Barajas Tinoco, es “un rescate de las ideas de José Vasconcelos” que muchos artistas e intelectuales de esa época retomaron en diversos trabajos. “En este mural de Morado hay mucho de la raza cósmica, esta serpiente que lleva a los representantes de las diferentes razas hacia un futuro prometedor para la humanidad. Esta es la idea simbólica del mural”.

“En primer plano está Quetzalcóatl en su forma ejecutiva, que es este dios del viento que los lleva hacia un progreso. Tuve la oportunidad de ver los bocetos y era una cosa mucho más elaborada la que tenía en mente Chávez Morado: detrás de esta barca iba a haber un Atlante sosteniendo el mundo junto a una sociedad que se está hundiendo en una suerte de balsa de medusa, como en esa pintura famosa de David. Creo que fue por la selección de materiales que sintetizó todas esas ideas en algo más concreto”.

La temática del mural no fue sólo determinada por Chávez Morado, como ilustra Barajas Tinoco, el proyecto partió del programa creado por el arquitecto Carlos Lazo Barreiro, quien se desempeñaba entonces como gerente general de Obras de Ciudad Universitaria:

“Los temas que elige Chávez Morado para este proyecto son un poco de él y un poco de Carlos Lazo. Él abogó porque hubiera murales, porque a Mario Pani –uno de los arquitectos que idearon el proyecto de Ciudad Universitaria– no le encantaba la idea, quería que estuviera todo más limpio. Lazo hizo un programa para los muralistas y, de alguna manera, sentó los temas que se podían tocar.

“Entre ellos, Lazo quería que se hablara de la historia de la Universidad, desde la Universidad Pontificia hasta nuestros días, que se proyectara también a las personas que estaban participando en este proyecto y, sobre todo, que hubiera motivos alegóricos concernientes a la ciencia y la investigación. Dependiendo de dónde iban a estar los murales colocados, se elegía la temática.

“Los pintores y arquitectos tenían un término para ello: la integración plástica, trabajaban en conjunto para que la arquitectura y la plástica se fusionaran, así no se veían ajenos. Además, para ellos era muy importante el paisaje, el espejo de agua como parte de cómo se integra el mural con el paisaje. De hecho, Chávez Morado tenía el Taller de Integración Plástica en la Escuela de la Esmeralda, con sus alumnos discutía cuáles son las mejores formas en que se podía mejorar ese aspecto”.

Y remata: “debió ser muy impresionante verlo sin todas estas modificaciones que se hicieron a lo largo de los años. En el Archivo Histórico de la UNAM hay unas fotos muy bonitas del campus central, donde se puede ver a la distancia y que era bastante impresionante”. QUETZALCÓATL-PROMETEO:

DOS ALEGORÍAS PARA LA CIENCIA

Figuras equiparables por los beneficios que trajeron a la humanidad: Jorge Alberto Barajas, posgrado en Historia del Arte, UNAM

Al transitar por Ciudad Universitaria y observar las imágenes que habitan sus muros, podría causarnos sorpresa encontrar elementos tan dispares como un jaguar en pleno salto, una balsa en forma de serpiente, una entidad femenina de color azul o un modelo atómico que flota radiante.

Aquellas imágenes parecen decirnos poco o nada a nosotros como espectadores contemporáneos. Sin embargo, si aguzamos la mirada, nos cuestionamos ante ellas y seguimos sus pistas, podríamos encontrar historias y significados por demás interesantes, pues la historia de la Universidad también es la historia de sus murales.

En 1950 el arquitecto Carlos Lazo, gerente general de Obras de Ciudad Universitaria, planteó la construcción del nuevo campus universitario como un problema de planificación integral entre la Arquitectura y las artes plásticas.

Bajo la dirección de los arquitectos Mario Pani y Enrique del Moral, decenas de arquitectos, pintores y escultores trabajarían en presunta consonancia para culminar la titánica tarea de construcción que suponía el levantamiento de una nueva cuidad dentro de un paraje de piedra volcánica y vegetación endémica.

La construcción de la Facultad de Ciencias estuvo a cargo de los arquitectos Raúl Cacho, Eugenio Peschard y Félix Sánchez. Es así que en 1952, José Chávez Morado fue comisionado para la realización de tres murales: El retorno de Quetzalcóatl, La conquista de la energía y La ciencia y el trabajo. En esta ocasión nos ocuparemos de los dos primeros.

El mural El retorno de Quetzalcóatl se encuentra situado en el muro sur de la biblioteca de la antigua Facultad de Ciencias. Para su realización se optó por la técnica de mosaico veneciano –o mosaico vidriado– ya que este material resistiría la intemperie.

Cabe mencionar que el mural se encontraba en un espacio abierto, en el cual se podía ver a distancia dando el efecto óptico de que la balsa realmente flotaba. Lamentablemente, con las modificaciones arquitectónicas realizadas a través de los años, esto se ha perdido.

En la imagen vemos una balsa con forma de serpiente emplumada que transporta diferentes líderes espirituales de civilizaciones antiguas provenientes de todas partes del mundo. En primer plano, vemos a un hombre con piel de color rojo, se trata de Quetzalcóatl en su advocación de Ehécatl, dios del viento.

La figura se muestra con el brazo extendido marcando el rumbo hacia el oriente. Tras la balsa se divisa una pirámide atravesada por una espada y una lanza, el resto del fondo se encuentra envuelto en llamas. Este retorno de Quetzalcóatl nos habla del regreso de la cultura prehispánica, pero en compañía de otros avatares que enriquecerán el porvenir de toda la humanidad.

Está documentado que Carlos Lazo estableció condiciones genera­les para las temáticas y lineamientos de los murales que se realizarían dentro de Ciudad Universitaria. Dentro de ellos se proponía plasmar expresiones simbólicas que real­zaran la labor de la Universidad de insertar a la nación mexicana dentro de un ámbito global. El retorno de Quetzalcóatl parece cumplir con estas características. La exposición sim­bólica en este mural representa a la humanidad con un carácter univer­sal que recuerda mucho la idea de raza cósmica que profesaba José Vasconcelos en los años 20 del siglo pasado.

A muy grandes rasgos, Vas­concelos pensaba que en América Latina se efectuaría la fusión de todas las razas, donde se iniciaría una nue­va era universal de armonía entre toda la humanidad. En el mural, esta idea está indicada por la balsa en forma de serpiente que transporta a los personajes ya mencionados.

Además, esta idea se refuerza con la gama cromática dentro del mismo mural, ya que cada figura tiene el color con el que se representa a cada raza de manera estereotípica. La balsa de Quetzalcóatl parece transportar a la humanidad a una utopía donde la destrucción y la guerra han quedado atrás.

Por otra parte, con un lugar privilegiado para su visibilidad, el mural La conquista de la energía se ubica en el muro sur del Auditorio Alfonso Caso, el cual también fue realizado con la técnica del mosaico vidriado. Al igual que en El retorno de Quetzalcóatl, Chávez Morado si­guió esta misma idea de exposición simbólica por medio de alegorías. A manera de una procesión, vemos en un primer panel a tres hombres agachados y escondidos tras un ár­bol seco siendo acechados por un jaguar, mientras un gran esqueleto los cubre con un manto oscuro.

En la siguiente escena un hombre vestido con una piel de animal toma el fuego de una gran llamarada, tras él una procesión de hombres cada vez más erguidos pasan el fuego de mano en mano. Posteriormente, una mujer vestida de rojo sostiene entre sus brazos a un hombre moribun­do, sobre ellos un átomo emite su radiación. Para finalizar, una figura femenina de color azul, represen­tando a la energía conquistada, se lleva flotando al hombre que yacía en el suelo. El árbol seco del indio ahora tiene frutos que simbolizan el conocimiento.

Estamos ante un mural complejo en su simbología y analizar cada uno de los elementos sobrepasaría los límites de este texto. A grandes rasgos, podemos decir que Chávez Morado nos presenta una alegoría que alude a una adaptación moderna del mito de Prometeo, es decir, sobre como el fuego robado a los dioses y dado a los hombres conducirá a la humanidad al progreso y a la ob­tención del conocimiento. El giro de trama que Chávez Morado introduce es la incorporación del átomo y la energía atómica, un tema discutido durante la época de la construcción de Ciudad Universitaria.

Por otro lado, aproximadamente en esos años, el arqueólogo Alfonso Caso nos habla de que Quetzal­cóatl es el Prometeo mexicano, equiparando a estas dos figuras por los beneficios que trajeron a la humanidad en sus respectivos mitos.

Esta idea fue posiblemente retomada por Chávez y plasmada en los murales que hemos analiza­do. Para acentuar esta idea, dentro del mismo conjunto de Ciencias se encontraba la conocida “Plaza del Prometeo”, en la que se erigía una gran escultura de esta figura mítica, realizada por el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, la cual ahora se encuentra en las nuevas instalaciones de la Facultad de Ciencias.

José Chávez Morado afirmaba en algunas entrevistas que a partir de los símbolos era posible lanzar proyectiles críticos que rebotarían en el presente. Quizás en estos dos murales no son tan obvias estas críticas –como sí lo serían en el tercer mural La ciencia y el trabajo, el cual merece un análisis a parte.

Los dos murales aquí analizados están unidos por su carga simbólica al re­tomar dos mitos que en la época de Chávez Morado se emparentaron. En Ciudad Universitaria se entreteje una compleja trama de poder por parte del Estado y los involucrados en el proyecto. Por medio del dis­curso pictórico se trató de imponer una ideología sobre el desarrollo científico y la energía nuclear muy ligado a la posguerra; un discurso que trataba de erradicar la creencia de los efectos negativos de esta fuente de energía y así convencer de que era la ruta correcta hacia el progreso de la humanidad.

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