"Cultura es, en primer lugar, la convicción de la identidad individual y comunitaria y su relación con el respeto de la persona humana, de cualquier persona humana. Cada identidad cultural está expuesta al riesgo de mortificar la persona humana, los derechos fundamentales de cada persona." Leoluca Orlando.
Durante los últimos tres años hemos escuchado, leído y utilizado estos conceptos como si fueran lo mismo. Aunque tienen un significado cercano, no son lo mismo y sus diferencias son tan importantes como la propia definición de políticas públicas de movilidad, el diseño de programas y acciones aplicados para lograr una mejor convivencia en la ciudad, un respeto de los Derechos Humanos, y no perder la perspectiva de que somos personas, no mercancías, vehículos o bultos que hay que mover de un lado a otro.
En primer lugar, la cultura en su concepto más amplio -el social-, es el conjunto de ideas, conductas individuales y colectivas que se desarrollan a partir de la convivencia cotidiana o de la práctica de la vida compartida; por ello algunos autores se refieren a la cultura como una trama de ideas y comportamientos, o un sistema de subjetividad y objetividad.
Entendida así, la cultura está relacionada con los patrimonios o valores no tangibles como la identidad, la apropiación de un espacio por el afecto, la solidaridad, la confortabilidad.
Por todo lo que lleva implícito, la cultura es un fenómeno que representa mayores retos de explicación, o sea, de comprensión, de observación. No obstante, hay métodos, técnicas e instrumentos para hacerlo, considerando la fuerte carga subjetiva que conlleva su análisis.
A¿Cómo podemos saber qué tanto afecto tiene una comunidad por un parque, una plaza, un monumento? A¿Qué impulsa a una colectividad a ser solidaria con los adultos mayores? A¿Por qué cedemos o negamos el paso a una persona con discapacidad? A¿Por qué las personas nos transformamos cuando estamos al volante? A¿Por qué es tan importante el auto como símbolo de status en la vida urbana? A¿Por qué pensamos que la responsabilidad de un atropellamiento recae mayormente en el peatón? Son preguntas que es necesario hacerse cuando se diseñan campañas, proyectos, programas (gubernamentales o no) que buscan una convivencia más humana en la ciudad.
Por otra parte, el concepto educación tiene un significado doble. Aquel que se refiere a las habilidades desarrolladas a través del aprendizaje que se deriva de la convivencia social, -principalmente en la familia-, y el que se refiere también al desarrollo de habilidades, conocimientos y valores pero de manera sistemática, ordenada y con un método dentro de otras instituciones -principalmente las escuelas-, durante diversas etapas de vida de una persona, con la finalidad de que esta pueda integrarse a círculos sociales más allá de su propia familia.
Ahora bien, si tenemos en claro estos conceptos, es más sencillo encontrar las diferencias entre: 1. Educación para la seguridad vial y 2. Cultura de movilidad. En el primer caso, el término se circunscribe a la acción del Estado, a través de sus instituciones gubernamentales, para proporcionar los conocimientos que incentiven una conducta colectiva que permita la reducción de riesgos para quienes usan las vialidades; así como difundir las disposiciones encaminadas a protegernos.
En el segundo caso, la cultura de movilidad es el conjunto de habilidades psico-sociales, y cognitivas, que permiten a los individuos estar conscientes de los valores y prácticas que permiten una mejor convivencia en el espacio público, en los traslados, los viajes, los desplazamientos de las personas en los distintos medios que utilizan para ello, otorgando prioridad humanitaria a los individuos más vulnerables. En este sentido, Educar, del latín educare, es formar de manera dirigida. La cultura es el aprendizaje a través de la vivencia, la experiencia, la consideración del a€œotroa€ en nuestro diario andar.
Dejando el Olimpo teórico y trasladando estas diferencias a la realidad y a la aplicación práctica, diremos que la "Educación Vial" se enfoca a la seguridad en las vialidades, es decir, a esos espacios confinados, delimitados bajo una simbología, a la circulación de personas. Es entonces que la reducción de velocidades, los cruces bien planificados, los tiempos para el paso de peatones, el diseño y uso de la infraestructura urbana y una guía permanente de las instituciones del Estado sobre reglas, leyes y protocolos constituyen los elementos principales de la prevención de riesgos, considerando que hay vehículos más peligrosos que otros. Hasta aquí todo parece sencillo: planifiquemos bien, delimitemos los espacios del peatón, pongamos límites de velocidades a los vehículos, realicemos operativos con policías de tránsito o con personas de apoyo vial; incrementemos las sanciones y obtendremos menores incidencias de a€œaccidentes vialesa€, sobre todo de aquellos que cuestan vidas.
Pero aquí viene el cuestionamiento al pensar a la ciudad bajo este esquema: Lo que ocurre en las vialidades como espacio de tránsito, A¿es todo el universo de la movilidad? A¿Qué sucede en las banquetas y en la plaza pública? Si bien la Educación Vial tiene un altísimo fin que es la seguridad entendida como no ser atropellado y morir; A¿en dónde quedan la confortabilidad, la experiencia amable de los traslados, la accesibilidad en el transporte público, el respeto a la persona en la plaza pública? A¿El desarrollo de los valores y deberes cívicos?
En este conjunto de preguntas la idea de cultura nos permite mayores alcances al momento de diseñar políticas públicas en materia de movilidad. Me refiero al derecho a vivir con calidad y en calidad de personas. Es decir, los habitantes de esta ciudad tenemos -sin distinción alguna-, que sentirnos confortables, acceder y contar con varias opciones para realizar nuestros viajes de un punto a otro porque en ello está implícito el desarrollo social y económico de una ciudad, el acceso a oportunidades para mejorar nuestro nivel de vida material, la realización de todas aquellas actividades que nos brinda la recreación y la convivencia en nuestros ámbitos más íntimos como la familia, los amigos, la conciliación de lo laboral y lo afectivo.
Por ello, cuando nos referimos a fomentar una cultura de movilidad abarcamos aspectos más amplios que la seguridad vial. Hablamos de aspectos de igualdad y no discriminación como ejes transversales de la política del sector. Por ejemplo: hombres y mujeres realizan sus viajes en transporte público de manera distinta y viven la violencia en él de manera distinta; luego entonces se tendrán que realizar acciones bajo esta evidencia. Otro ejemplo más: Los usuarios de banquetas en una determinada zona requieren un diseño adecuado considerando sus capacidades físicas, edades y las tasas de envejecimiento. El acceso al transporte público, en una fuerte demanda, debe determinarse privilegiando a los viajeros más vulnerables desde una perspectiva económica como son los estudiantes, trabajadores con salarios bajos, adultos mayores y personas con discapacidad.
Al perder de vista las diferencias entre estos conceptos propiciamos un sesgo muy importante que se traslada a las leyes, reglamentos y normas técnicas. Me refiero al pensamiento positivista de creer que incrementando las sanciones, poniendo policías en cada crucero, resultan fórmulas mágicas para dejar la indolencia. Me refiero a la gran comodidad que resulta de pensar que el derecho a una movilidad segura, accesible y sin discriminación es exclusivamente un asunto del Páter gobierno. Visto así el panorama, la indolencia incluso llega a ser considerada virtud en un tiempo en que la tecnología nos permite crear linchamientos sociales de manera instantánea hacía los individuos y hacia sus instituciones. Visto así, seguiremos "apartando nuestra calle" con botes y tubos fijados con cemento y responsabilizar a cualquiera, menos a nosotros, de esta colectiva indolencia.
Comentarios: utopiayciudad@gmail.com
Carmen Contreras
@Utopia_Urbana
Socióloga orgullosamente UNAM. Estudio y trabajo en gestión pública. Subdirectora en la Secretaría de Movilidad del Gobierno de la ciudad de México. Me especialicé en políticas públicas con perspectiva de género por la FLACSO. Investigo temas sobre identidad cultural, espacio público y desarrollo social. En el ejercicio del servicio público ético desde hace 15 años.
Las opiniones aquí plasmadas, son completamente de carácter personal y no tienen que ver con mi empleador actual.