Cada vez son más las personas que comen solas debido al ritmo de vida moderno, el trabajo y la dependencia de las pantallas. Sin embargo, la ciencia advierte que este cambio de hábitos puede tener un impacto significativo en la salud mental. Comer acompañado, una práctica tradicional en muchas culturas, tiene beneficios comprobados para el bienestar emocional y las relaciones sociales.
Diversos estudios han demostrado que compartir la mesa con otras personas estimula la liberación de dopamina y oxitocina, hormonas relacionadas con la felicidad, la confianza y la reducción del estrés. Esta conexión emocional ayuda a prevenir la ansiedad, la depresión y el aislamiento, especialmente entre adolescentes y personas mayores, grupos más vulnerables a la soledad.
Además de los beneficios fisiológicos, comer en compañía refuerza el sentido de pertenencia y promueve un entorno de apoyo emocional. Sentarse a la mesa con amigos, familiares o compañeros transmite seguridad y favorece la comunicación interpersonal, contribuyendo a una vida más equilibrada y saludable.
En distintas partes del mundo, como América Latina y Europa, la comida ha sido históricamente un punto de encuentro social. Hoy, iniciativas como las cenas comunitarias buscan recuperar ese valor perdido, fomentando el bienestar colectivo y combatiendo la soledad a través de la convivencia.
Así, más allá de la nutrición física, comer acompañado se convierte en una forma sencilla y eficaz de cuidar la salud mental, fortaleciendo los lazos humanos y recordando que compartir es también una forma de sanar.