Historias en el metro - Adolorido - NTCD Noticias
Sábado 20 de abril de 2024

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Historias en el metro - Adolorido

Historias en el metro - Adolorido

Historias en el metro - Adolorido

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Por Ricardo Burgos Orozco

Me subí en la estación Puebla hacia Centro Médico. Era en la tarde. Me coloqué parado en uno de los pasillos del vagón. A mi lado, recargado en la puerta de salida estaba un hombre de unos 30 años, de baja estatura, playera roja, cachucha gris, pantalón de mezclilla, de bigote y grandes patillas.

Traía un pequeño radio de transistores de esos que casi ya no se ven, con una antena larga, de las que se despliegan y se guardan. Escuchaba a todo volumen canciones, que se antojan cuando estás dolido de amor o cuando te tomas unos tragos: Qué mala suerte la mía, qué mala estrella me guía, estoy llorando mi desgracia y las noches las hago días, voy llorando mi desgracia, mi desgracia…

El joven escuchaba la música y volteaba la cara hacia el techo, con los ojos cerrados y tarareando la música. Llamó mucho mi atención porque me pareció que quería llorar. Se veía muy triste. Bajaba la vista y observaba un papel que sacó de entre sus ropas. Lo tomó con la mano izquierda mientras no soltaba su radio con la derecha. Leía y volteaba nuevamente hacia arriba y murmuraba algo entre dientes que yo no alcanzaba a escuchar, mucho menos con el sonido del movimiento del tren.

Otra canción y seguía con la misma actitud de adolorido: Pobrecita la paloma, pobrecita la paloma, que triste se encontrará, al saber que su palomo, al saber que su palomo, ya se ha ido a descansar. Adiós, paloma querida, adiós paloma querida…Y luego: Ahí en la mesa del rincón, les pido, por favor, que lleven la botella. Quiero estar solo, ahí con mi dolor. No quiero que alguien diga que le he llorado a ella…

Metiche de mí, no pude evitar preguntarle si algo le pasaba o si de alguna manera podría ayudarle. Parece que lo desperté de un sueño porque me volteó a ver extrañado como si estuviera violando su intimidad. No pronunció palabra alguna. Negó con la cabeza, apagó su radio, guardó el papel que traía, se acomodó la gorra y puso cara de serio.

Me hizo sentir incómodo. A lo mejor creyó que quería ligármelo, pensé. En estos tiempos ya no se sabe. Por si acaso yo ya ni lo volteaba a ver. No vaya ser que me acuse de acoso y me detengan en la siguiente estación. El joven iba más serio. Se bajó en Lázaro Cárdenas, pero antes de irse me tocó ligeramente un brazo y me dijo con una sonrisa ¡Gracias! Le contesté con un movimiento de cabeza. Nunca sabré que bronca traía, pero creo que de algo le serví.

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