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Viernes 29 de marzo de 2024

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La arqueología revela los cimientos religiosos de la Antigua Biblioteca Nacional

La arqueología revela los cimientos religiosos de la Antigua Biblioteca Nacional

La arqueología revela los cimientos religiosos de la Antigua Biblioteca Nacional

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Un equipo de investigadores del INAH intervino secciones de la barda atrial, la segunda capilla del templo y la fachada original de la Capilla del Tercer Orden.

Se localizaron materiales arqueológicos, elementos arquitectónicos, pisos, cimientos, drenajes y entierros de época virreinal y del siglo XIX.


La aplicación de las Leyes de Reforma transformó radicalmente la fisonomía de la Ciudad de México, la mayoría de los conventos fueron fraccionados a mediados del siglo XIX para otorgarles un uso civil. Un ejemplo fue el Convento de San Agustín, cuyo templo fue desprovisto de toda alusión religiosa para albergar a la Biblioteca Nacional, sin embargo, estos “cimientos” permanecen, según han constatado arqueólogas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Desde hace dos décadas, la Dirección General de Obras del Patrimonio Universitario (DGPU) de la UNAM, ha efectuado estudios y obras para controlar el hundimiento diferencial de la Antigua Biblioteca Nacional. Un equipo de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, les ha acompañado en la fase final para obtener información que apoye las tareas de ingeniería estructural.

En los últimos dos años, las arqueólogas María de la Luz Moreno Cabrera, Sandra Muñoz Vázquez y María Abigail Becerra intervinieron en secciones de la barda atrial, la segunda capilla del templo y la fachada original de la Capilla del Tercer Orden, para determinar el nivel original de estos espacios. En su camino encontraron evidencias de las profundas modificaciones que experimentó el Templo de San Agustín en el aspecto estético y en su cimentación, con la utilización de rellenos para paliar los efectos de las constantes inundaciones.

Recordaron que el primer convento agustino en la Nueva España se levantó sobre un terreno donado por el emperador Carlos V, en un lugar llamado Zoquipan, que significa “Lugar de tierra fangosa”, en lo que fue el barrio prehispánico de Moyotlan, el “Lugar de los mosquitos”. Con esta referencia queda claro que no se trataba del suelo más idóneo para erigir una obra de estas proporciones, que llegó a ocupar una manzana completa.

Las arqueólogas registraron tres niveles de ocupación en San Agustín a través de 21 unidades de excavación. De la época prehispánica sólo rescataron cerámica y lítica; pero de la virreinal, aparte de materiales arqueológicos, consistentes en cerámica, lítica, metal, concha y hueso, localizaron elementos arquitectónicos, pisos, cimientos y entierros, lo mismo que para el nivel del siglo XIX, del que además ubicaron drenajes.

Durante su reciente participación en el Quinto Coloquio de Arqueología Histórica, explicaron que en el siglo XIX se abrieron cepas para las aguas pluviales, se introdujeron tubos en los muros y el atrio quedó como un jardín cerrado con columnas de cantera sobre las que reposan los bustos de importantes personajes como Manuel Eduardo Gorostiza, Francisco Javier Clavijero y Lucas Alamán. Asimismo, fue sellado el acceso poniente del ex templo.

“La construcción que delimitaba el atrio del templo fue uno de los objetivos de restauración, la idea era buscar los sistemas de consolidación y reforzamiento de la nueva barda. Se requería conocer el sistema constructivo y las condiciones de la cimentación de este elemento.

“Ubicamos firmes y pisos empedrados de piedra bola y de lajas de cantera rosa y gris. Se encontró el muro de mampostería de la barda perimetral del siglo XVIII, con un aplanado y cementante de cal y arena. A 2.78 metros estaba la corona de la cimentación de la barda, que consistía en dos elementos salientes adosados a la barda, dando una apariencia de escalonamiento”.

Las arqueólogas de la DSA abundaron que la cimentación original fue hecha de mampostería corrida y compactada, a base de piedra de basalto, andesita rosa, tezontle rojo y negro, unida con cal y arena, así como otros minerales pulverizados. Además, se descubrió un sistema hidráulico que data de entre los siglos XVIII y XIX, el cual se adaptó a la estructura de la barda.

En la parte noroeste del atrio se hallaron varios entierros, afectados por rellenos usados para nivelar el hundimiento del edificio, específicamente del lado de la Capilla del Tercer Orden, hacia la esquina de las calles República de Uruguay e Isabel La Católica. A 1.44 metros de profundidad, se descubrió el entierro de una mujer joven-madura del siglo XIX, que debió tener 1.62 metros de estatura; portaba un lujoso vestido a modo de mortaja, del que se recuperaron cerca de 100 botones de hueso, concha, cristal, y vidrio de exportación europea. El entierro fue profanado en algún momento, pues se le desprendió su brazo derecho.

En la colindancia con la calle República de Uruguay se registró un entierro múltiple compuesto por los restos de cinco individuos. De uno de ellos sólo se encontró el brazo y la mano izquierda, mientras que sobre la caja torácica de otros tres se hallaron múltiples botones de metal, concha y hueso, los cuales son indicio —junto con la presencia de una bala de pistola del siglo XVIII—, de que pudieran corresponder a la inhumación de militares.

María de la Luz Moreno, Sandra Muñoz y Abigail Becerra expresaron que esto refleja la jerarquía de los personajes que fueron enterrados en San Agustín, tanto en la época virreinal, como en el primer periodo del México independiente. Entre ellos se puede mencionar al virrey Don Marcos Torres y Rueda, fallecido en 1649; y se presume que aquí también fueron sepultados los restos de Isabel Moctezuma, hija del gobernante mexica Moctezuma II, aunque no se tiene evidencia que lo sustente.

En lo que respecta a la intervención en lo que fue el templo, señalaron que originalmente era de estilo dórico romano y su nave principal se desplegaba en un plano en forma de cruz latina, de sur a norte. Fue en mayo de 1861, para la conformación de la nueva Biblioteca Nacional, que se le despojó de los altares y la sillería del coro.

El proyecto de los arquitectos Vicente Heredia y Eleuterio Méndez buscó eliminar su apariencia religiosa, retirando sus torres y ocultando las capillas con libreros y tabiques, además, se colocó una nueva escalera y otras funcionaron como gabinetes de estudio.

La exploración se realizó pegada a la fachada, casi en la esquina del edificio, para localizar un sistema de construcción de rocas de tezontle y basalto, unidas con argamasa de cal y arena. La cimentación, hecha con arcadas y pilotajes, alcanzó 1.13 metros de largo y debió corresponder a una ampliación de la original.

Asimismo, se realizó una excavación en lo que fue la segunda capilla, donde se localizaron cinco entierros primarios y dos secundarios (aquellos que fueron trasladados de algún lugar). Estas inhumaciones, posiblemente, fueron las últimas realizadas en el templo a finales del siglo XVIII o inicios del siglo XIX. La mayoría tenían mal estado de conservación y se hallaron junto a restos de madera, clavos de los ataúdes y botones de hueso.

En el atrio se localizó el acceso oeste al templo: un piso de lajas de andesita rosa flanqueado por piedra bola. Un dato interesante fue el hallazgo de un relleno de elementos arquitectónicos, con restos quemados de cerámica virreinal temprana, quizá producto del incendio que, el 11 de diciembre de 1676, dejó destruida la iglesia.

Sobre las excavaciones en torno a la Capilla del Tercer Orden, las expertas detallaron que su fachada fue drásticamente modificada en el siglo XIX, su estilo mudéjar fue sustituido por el neoclásico. Se encontraron las cimentaciones de las fachadas de los siglos XVIII y XIX, e intrusiones de mortero (de 5 a 47 centímetros de profundidad) para nivelar el hundimiento de la capilla en su parte oeste.

Lo interesante —concluyeron— fue ubicar qué tipo de problemas se presentaban en el atrio, el arranque de la cimentación al interior del templo, así como en la capilla abierta.


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