_ En conversatorio virtual, organizado por el INAH, se analizó esta práctica desde los casos del tzompantli de Tenochtitlan y dos grandes depósitos óseos hallados en Cholula y Teopanzolco
Hace poco más de 500 años, cuando la expedición de Juan de Grijalva sondeó las costas de Veracruz, en 1518, una de las vistas que más impresionó a los españoles fue la de la isla que nombraron como ‘de Sacrificios’, pues a su arribo contemplaron la forma en que se realizaba dicho ritual, el cual de inmediato calificaron como bárbaro y sanguinario.
Esa visión, misma que ha permeado hasta nuestros días, anula los profundos significados religiosos que tenía la práctica sacrificial para los pueblos mesoamericanos, al tiempo que omite que en Europa, íberos y griegos también practicaron sacrificios, indicaron especialistas en un conversatorio virtual organizado por Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura.
Con el título “El significado de los rituales del sacrificio humano en el Cemanáhuac”, la actividad académica transmitida por el canal de INAH TV en YouTube, reunió a los antropólogos físicos Carlos Serrano y Zaid Lagunas, al arqueólogo Raúl Barrera y, como moderador, al etnohistoriador Eduardo Corona, adscrito a la Coordinación Nacional de Antropología del INAH.
En su intervención, Raúl Barrera, responsable del Programa de Arqueología Urbana (PAU) del INAH, explicó que, contrario a lo que puede pensarse, el sacrificio entre mexicas, mayas, tlaxcaltecas y la gran mayoría de los pueblos mesoamericanos —ya que se tienen evidencias de esta práctica desde el periodo Preclásico (2500 a.C.-200 d.C.)— era un ejercicio renovador de la vida.
“Las fiestas eran una reactualización de los mitos. Así, el sacrificio era el modo de regenerar la vida ofreciendo alimento a los dioses para que ellos, a su vez, fueran benéficos hacia los humanos”, declaró el arqueólogo al precisar que, al menos entre los mexicas, la disposición de los sacrificados en el Huey Tzompantli de Tenochtitlan, también era una forma de demostrar poder sobre sus provincias tributarias.
Barrera detalló que desde el descubrimiento del tzompantli (muro de calaveras), en 2015, en un predio de la calle de República de Guatemala, en la Ciudad de México, se han analizado antropofísicamente un total de 184 cráneos de hombres, mujeres y niños.
Actualmente, abundó, el PAU continúa con la supervisión de los trabajos de readecuación del edificio bajo el cual yace dicho vestigio arqueológico, y con la recopilación de información sobre las dos torres de cráneos que tenía el tzompantli: “la torre sur, se teoriza, estaría bajo los jardines de la Catedral Metropolitana”.
Sobre el carácter regenerador del sacrificio, el etnohistoriador Eduardo Corona evocó que la guerra misma era sagrada, a tal punto que las armas a menudo se diseñaban para tomar prisioneros en vez de matarlos. Tal situación quedó manifiesta en los momentos más álgidos de la guerra entre mexicas y españoles, cuando los primeros intentaban, a toda costa, tomar prisioneros vivos para ofrecerlos en sacrificio.
En su participación, los antropólogos físicos Carlos Serrano y Zaid Lagunas también enfatizaron la cosmovisión implícita en los sacrificios, cuyos remanentes arqueológicos, dijeron, “son mensajes que nos legaron las sociedades prehispánicas”.
Ejemplificaron lo anterior con la recapitulación de más de 400 entierros humanos localizados, entre 1967 y 1970, en la Zona Arqueológica de Cholula, en Puebla, una de las urbes más importantes del peregrinaje antiguo.
“En Cholula predominan los entierros primarios directos, es decir, que los individuos guardan su posición anatómica y están depositados en contacto directo con la matriz de tierra”, explicó Zaid Lagunas, investigador del Centro INAH Puebla.
El antropólogo físico también hizo hincapié en la orientación al norte que tenían la mayoría de esos 400 entierros, toda vez que el norte era el rumbo asociado al Mictlan, región del inframundo dominada por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl.
Finalmente, Carlos Serrano, académico del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, evocó el descubrimiento en 1963, de un depósito sacrificial en Teopanzolco, Morelos, compuesto por los restos óseos de 92 individuos, muchos de los cuales, se conjetura desde la morfología de sus cráneos, habrían sido esclavos o cautivos otomíes o del valle poblano-tlaxcalteca.
Este osario, recalcó, podría ser el único en todo el país que se vincula con la ceremonia del Fuego Nuevo, hipótesis planteada por Alfonso Caso y la cual parece estar sustentada en hechos como la presencia de 51 individuos adultos, cifra casi similar a los 52 años que marcaban la periodicidad de dicha conmemoración, vital para los pueblos nahuas.
El conversatorio finalizó con un llamado a comprender el simbolismo antiguo de los sacrificios humanos, dejando de lado la idea occidental impuesta sobre ellos, así como con una invitación al siguiente conversatorio virtual que, el próximo 19 de octubre a las 17:00 horas, se transmitirá por el canal de INAH TV en YouTube, bajo el tema de “La formación mexica al momento del arribo de Hernán Cortés al Cemanáhuac”.